Proyecto Orgasmo

La mujer y la expresión de la libertad. No pueden mirar a cámara, no son actrices porno buscando excitar, son entes egoístas que solo buscan el placer. Es su única meta, el mundo no existe, en ese instante el cosmos se detiene y la existencia cobra sentido. No hay nada material, lo físico se mezcla con lo irreal, las líneas que lo definen todo se desdibujan, las medidas, las normas, las simetrías se rompen. Llega la oscuridad absoluta, la muerte y a la vez todo se ilumina por la luz y la vida mas cálida y reconfortante. Es el momento mágico donde el tiempo se pliega y se tocan los extremos mas terribles. Fuerza y sutileza. Chillidos eufóricos y susurros tímidos.

Pintar santos

El orgasmo es una cosa que no se puede decir, que es muy difícil enunciar en palabras. Es por eso que Manolo Carot trata de pintarlo. El orgasmo es un asunto en buena parte absoluto pero que al instante se hace impreciso, se esfuma, así que Manolo tiene que saber, tenemos que decírselo, que se ha metido en un recado sin conclusión. Que una luz cegadora tampoco puede pintarse.

El Orgasmo de un cerdo puede durar hasta media hora y a veces el animal se duerme en la operación. El del ser humano, por marrano que sea, es huidizo, insuficiente en el mejor de los casos, y por eso el hombre pasa su existencia convocándolo una y otra vez, despierto o dormido. Media vida instalado en esa reiteración antes de bajar las armas y vivir la otra media tranquilo, bien sentado sobre sus confortables cojones de hombre por fin despreocupado.

El orgasmo del varón, al ser visible, se ha usado siempre como broche en la pornografía, como rúbrica apresurada o como fin de trayecto. El de la hembra, sin embargo, es de narutaleza indefinida. Tal vez por eso Manolo les dibuja a sus modelos ornamentos, unas alegorías alrededor o unas amapolas ingrávidas y opiáceas. Y les hace de la cabellera océano o incendio por ver si así puede especificar lo intangible alrededor de las chicas, evocarlo en materias o acontecimientos como el líquido o el fuego, que se definen porque no tienen forma. Ah, pero el orgasmo lo que no tiene es fondo.

La misión, en fin, es imposible, pero Manolo persevera en esta tarea que se ha impuesto de fijar el éxtasis, se entrega a su deseo de pintar fantasmas. Y de pronto, en una de sus imágenes un angelote le susurra algo al oído a la muchacha en faena. Puede que le esté comunicando una encomienda o le esté diciendo que se vaya, porque me voy, curiosamente, es algo que se dice mucho cuando el orgasmo se ve venir. El caso es que en la presencia de ese querubín, que tal vez Manolo dibujó desesperado o como último recurso, el artista se aproxima a Bernini y a su santa Teresa transverberada, que dijo haber sentido en sus entrañas una flecha ardiente. Y de repente esto que parecía una marranada se eleva a negociado del espíritu. En la vida es todo cuestión de fe.

Las imágenes que Manolo Carot ha reunido para componer esta exposición tienen en común un anhelo, una fatiga y la brizna de una conquista. Y cada una de ellas me trae a la cabeza aquello tan hermoso y tan importante que un día dijo Dalí: que Dios es del color de un perro que huye.

Rubén Lardín
Barcelona, septiembre de 2017